lunes, 31 de marzo de 2008

Indice de artículos y textos

Al Maestro con Cariño, artículo "Buscador de Preguntas", por Daniel Daza y Gabriela Salamida
Días de cine en Cartagena, por Gabriela Salamida. (Bajar PDF)
El cine bailó enamorado del Caribe Colombiano
, por Daniel Daza. (Bajar PDF)













Días de Cine en Cartagena

“Por Gabriela Salamida, Grupo Hangar, Arte, Comunicación y Educación Popular”
experienciahangar@gmail.com

Acaba de finalizar la versión número 48 del Festival Internacional de Cine y T.V. de Cartagena con una propuesta más que interesante de películas, cortometrajes, cine digital y cine arte en el marco de una ciudad histórica llena de belleza y contradicciones, como nuestra Latinoamérica y su cine. Una mujer argentina estuvo allí, caminó, vio y sintió la Cartagena cinéfila y nos la cuenta desde su particular mirada.
Viernes
Estoy en Cartagena desde hace algunas semanas, pero esta es especial, la alegría me envuelve porque empieza el 48º Festival Internacional de Cine y Televisión. Veo por delante una sucesión de promesas fílmicas escritas en los programas de las distintas sedes que va a tener esta edición. Noto con satisfacción que están pensadas muchas funciones al aire libre en las plazas de la ciudadela vieja, en las playas y lo mejor, en los barrios (con 171 puntos) que viven una realidad muy distinta a la de la postal turística.
A las 8 de la noche me preparo, ya en la sala del Centro de Convenciones, para el comienzo oficial del Festival; la sorpresa es grata, una película colombiana de Lisandro Duque -“Los Actores del Conflicto”- me recibe con un raro cóctel de humor y reflexión sobre la vida en los pueblos “calientes” del país. El público la toma muy bien, se escuchan risas y comentarios por lo bajo en varios momentos de la proyección. El aplauso, al final, es de sincero agradecimiento por brindar una mirada sobre una realidad dolorosa desde el espacio que abre la sensibilidad del humor.[1]

Sábado
Voy porque tengo nostalgia del clima argentino. A la hora de la siesta se presenta la segunda película de Fito Páez (“¿De quien es el portaligas?”). Me gusta su música pero no soy fanática, así que voy a la presentación, no por él sino por Argentina. La película me pareció mala (una mujer al salir de la sala del Museo Naval comenta que como director es buen cantante). Pero una chalina al viento -que simula un teclado de piano-, en el cuello de una chica a la velocidad que la lleva su moto en la noche rosarina, fue lo suficientemente poética y juguetona como para que no lamentara haberla visto.
Salgo y después de unas horas, en cuanto anochece, camino con mi compañero unas cuadras hasta la Plaza de la Aduana en donde se va a realizar la inauguración del “Cine Bajo las Estrellas”. Nunca mejor puesto ese nombre para un cielo como el de Cartagena, siempre despejado y de un azul intenso, que a la tardecita comienza a hacerse noche. Me llama la atención ver una película chilena. Más allá de no haber visto mucho cine de ese país, las experiencias habían sido buenas con las películas de Patricio Guzmán (“La Batalla de Chile I y II” – 1975/6) y Andrés Wood (“Machuca” - 2004).
“Radio Corazón” de Roberto Artiagoitia, no es comparable, pero tampoco es mi idea hacerlo, ya que no me parece una buena forma de hablar sobre algo. La película es tragicómicamente interesante, sobre todo pensando en lo que una sabe del conservadurismo de la sociedad chilena, y acaso de la colombiana que ante el beso lesbiano de dos de sus protagonistas se escandaliza y abandona (ciertamente un numero no muy grande de espectadores) la sala al aire libre.
El film es una sucesión de tres historias alguna vez contadas en el programa radial “El Chacotero Sentimental” que el mismo director conduce y que brindan una mirada a la vida cotidiana más cercana a la telenovela latinoamericana pero mucho mejor “guionada” y realizada.

Domingo
Es imposible no tentarse en Colombia con un documental sobre Pablo Escobar[2], la sala llena, que contrasta con otras funciones, nos confirma que esto es una certeza, por lo menos si hablamos de personas que no viven en este país. Igualmente, por paradójico que parezca, el documental también sirvió para confirmar lo que algunas lecturas previas contaban: para muchos colombianos y colombianas (sobre todo en el barrio creado por él y que ahora lleva su nombre) es un ídolo, casi santo, por sus actos asistencialitas hacia las clases populares de Medellín (como el reparto de dinero en cualquier vereda a cualquiera que pasara por allí).

Lunes
Las ratas están dentro del horno de la cocina de la residencia que desde hace un mes me alberga en Cartagena. Vuelvo del Centro de Convenciones después de ver tres películas. Salgo al patio porque descubro que la rata (o ratón) está debajo de los anafes, que puestos sobre una tabla de madera suplantan las de la cocina-nido que las sostiene. Trato, ya en el patio, de concentrarme para poder escribir mientras mi compañero prepara al lado mío algo para comer.
El sentimiento es confuso, por un lado está el placer de poder ver cine hasta decir basta, y por el otro está este cine latinoamericano (de nuestra Latinoamérica) que como una luz oscura se empeña en despabilarnos de la dormidera (cualquiera sea).
Todavía tengo los ojos rojos de llorar en la última película: “Tropa de Elite” de José Padilha[3] (Brasil). En un marco de violencia y corrupción me quebró la escena de un adolescente torturado, en una favela, para convertirlo en “sapo” (como le dicen en Colombia a los delatores). La fragilidad, la vulnerabilidad de los que viven en la pobreza, la violencia y el tejido del narcotráfico, la verosimilitud del film, se conjugan en esa escena, en la cara de terror del pibe (del actor, de los que representa), para llegar casi al final de la película a un climax insoportable para mí (hoy). Es que mataron a Raúl Reyes, el número dos de las FARC. Y Ecuador, Colombia y Venezuela están en medio de un conflicto diplomático. Están también, todas las historias sobre la guerrilla, los paras, el ejército y el gobierno, que se arremolinan temerosas de oídos delatores que en múltiples charlas surgen con ganas de contarse y de que por algún exorcismo (que espero sea político) se terminen.
Están a su vez los relatos mexicanos sobre barrios cerrados que toman la “justicia” por mano propia, en “La Zona” (de Rodrigo Plá), tras los muros que no logran aislarlos de la realidad latinoamericana. Que aquí, en Cartagena, se dibuja con eventos de la más “alta sociedad” en el centro histórico, y con barrios que no puedo conocer porque no me es recomendado, que aunque no me guste, no puedo sacarme la pinta de turista de encima. Con una sobre población de vendedores ambulantes que de a poco (reflexión mediante) pasan de ser pintorescos a ser la puerta de entrada a la otra cara de Cartagena que tras las murallas de su hermoso centro histórico esconde el rostro del trabajo en condiciones de higiene inhumanas, como en el mercado de Bazurto (a sólo unas 20 cuadras), de la prostitución -incluida la infantil-, la de los vagabundos sin techo parados sobre el desquicio del abandono y de la nada más nada de la tristeza disfrazada de rumba a pesar de todo, de la religión que se convierte en la posibilidad de expresión menos amenazante y de las ganas irse de muchos, todo junto al amor por esta tierra diversa.
Martes
En un momento tuve un deja vu, me pareció que lo que estaba viendo ya lo había visto en algún momento…pero no, era nuevo, sí, quizás podría ser la continuación de la película de Kamchatka de Marcelo Piñeyro (2002)…”El año en que mis padres se fueron de vacaciones” de Cao Hamburger (Brasil), en su perfección y detalle no llegó a modificar mi día, ni a lo que podría saber sobre el tema de la dictadura en Brasil…fue como la película que le siguió, la española “Lo bueno de llorar” de Matías Bizé, fue como aquel médium que ni por muy bueno ni por muy malo hizo que el día pasara, como uno más, pero distinto: en Cartagena viendo cine.

Miércoles
Llego a las corridas al Centro de Convenciones, en el barrio Getsemaní, antes parte de la ciudad amurallada, “pero previsto para lo esclavos”. El rollo fílmico ya había dado sus primeras vueltas, igual me senté contenta a disfrutar de una propuesta que al principio me costó comprender por su no linealidad. “Postales de Leningrado” de Mariana Rondón (Venezuela) me acercó a la guerrilla venezolana de los 60 desde la mirada de una niña, Marcela, y de su primo, Teo, que cuentan desde su lógica (completando huecos de sentido con hipótesis enunciadas a partir de estrategias dibujadas con trazo de niños) la vivencia de sus padres guerrilleros (del FALN)[4], a los que ellos esperan que regresen a buscarlos. La sucesión de imágenes se ve poéticamente anudada por escenas de archivo de la época del conflicto, por ediciones de fotografías y animaciones que le dan un rasgo característico, particular, que me hacen pensar que es la mejor película vista hasta el momento. Dejando atrás, muy lejos a otra de las venezolanas en competencia, que sólo pude ver unos 30 minutos en el hermoso Teatro Heredia: “Miranda Regresa”, puesto que abdica de entrada a la idea de hacer un cine reflexivo para ser panfletario sin miramientos de los errores históricos, en principio, del lenguaje de época y sus ideas.
Este miércoles decidí quedarme por completo en el Centro de Convenciones. Sólo salí unos minutos a estirar las piernas a los pasillos y a tomar alguna de las bebidas de promoción que ofrecían por allá. Me interesaba sobre todo en esta ocasión tener un pantallazo del cine que se está produciendo en los distintos países latinoamericanos, así que a continuación me adentré a ver una película uruguaya.
Nuevamente el cine latinoamericano me pone de frente a las dictaduras del cono sur, en particular frente a los militares y científicos colaboradores del régimen exiliados, que se encuentran hoy en Uruguay bajo protección estatal.
Aunque la película no es una apuesta fuerte desde lo estético sí es un buen ejercicio de reflexión que propicia un nuevo espacio para el debate sobre un tema conflictivo que más allá de los años, tiene una actualidad enorme y una necesidad de hacerse visible, sobre todo por la impunidad que aun envuelve a muchos de sus participantes.
Luego, el clima político deja en apariencia la sala para pasar a la vida de la Juani, una adolescente que desde los suburbios de la clase media baja de España, trata de hacer efectivo el camino que la lleve a la fama y le permita cumplir todas esas promesas que el sistema vende en las vidrieras de la calle y la tele. En un ritmo y una estética que potencia el tema de la película Bigas Luna, logra una obra atractiva y reflexiva con una buena síntesis entre forma y contenido. Y así como lo anunciara su guionista Carmen Chávez Gastaldo antes de la proyección, me quedo esperando la segunda parte de “Yo soy la Juani”.

Jueves
La ciudad sigue su ritmo, más allá de que este evento lleva 48 años de trayectoria, no son muchos los que cambian su rutina para ver cine. Se podría decir que por los precios de las entradas, pero, también hay mucha oferta gratis al aire libre. Se me ocurre que quizás sea porque no hay mucha difusión hacia la propia Cartagena sobre las propuestas y opciones… Acaso la competencia holywodense y de la televisión son un gran obstáculo que ejercen una contra-fuerza en la generación de un público ávido de buen cine…Será tal vez el contexto cartagenero que desplaza el resto del año a la mayoría de sus habitantes de este tipo de eventos. Me queda la duda y la pregunta.
Temprano por la mañana camino, como lo vengo haciendo desde el lunes, hasta la Universidad de Cartagena (ubicada en el centro histórico) para asistir al “Seminario de Formación de Público”. Allí paso una buena cantidad de horas tratando de pensar y conocer cine, ya sea viéndolo o hablándolo. Esta oportunidad me permitió por ejemplo conocer parte de la realidad de los cine clubes colombianos, que han sido un motor importante de la nueva ley (814 del 2/7/2003 que por primera dicta normas para el fomento de este arte-industria) y que llevan adelante diversas acciones para la promoción, proyección y discusión del cine nacional e internacional en todo el país.
Mi rutina esta semana se armó casi exclusivamente alrededor de las propuestas del festival, así que después de las mañanas en la Universidad, sólo un pequeño descanso para almorzar me separaba del intenso recorrido fílmico.
Pasé por el Museo Naval para ver una película boliviana “Los Ángeles no creen en Dios”, pero no logró retenerme más de una hora en la butaca. Fue entonces que decidí volver al Centro de Convenciones para ver una película de Puerto Rico, cine del que no tenía mucho conocimiento. En este caso, una producción de Benicio del Toro que relata alternativamente historias de mal de amores, como el nombre de la película de Carlos Ruiz Ruiz y Mariem Pérez Riera lo indica. Una propuesta equilibrada de humor y sensibilidad pasional que desde la primera pequeña historia me llena de sorpresa y de sonrisas la cara. Una película sobre cotidianeidades del amor que me mete en la psicología de los personajes, de sus idas y vueltas, sus indecisiones o sus firmes propósitos.
Maldeamores, es un hermoso recorrido por el amor desde la infancia a la vejez, que contrasta mucho con la propuesta de la siguiente película. Por ser historias de violencia y amor, que una debe armar en su cabeza; ya que “El Cobrador” de Paul Leduc, es una propuesta derrideana que evidentemente no termina de ser sino en el entendimiento, o no, del espectador, y diría ahora, en las charlas posteriores que una pudiera tener sobre la misma. Pues los sentidos, dentro de una historia con muchos puntos de giro, se disparan en un marco de violencia, amor y derechos humanos que al momento choca pero se queda girando en la cabeza las siguientes horas, los siguientes días.

Viernes
Hoy es día de despedidas, aunque la mayor parte de las personas e historias que conocí estuvo en las pantallas, fue compartir en comunidad, pero construida por la igual experiencia de horas frente a la pantalla disfrutando, llorando, riendo, criticando…
En mis caminatas por los pasillos entre película y película, algunas conversaciones escuchadas al azar entre cineclubistas me adelantan que la muy premiada XXY de Lucía Puenzo (Argentina) está, muy a pesar mío, en las mentes de muchos y muchas como una buena película que se anima a tratar un tema controvertido, que en mi parecer oculta o desdibuja todas las debilidades del film.
A la tarde decidí cambiar la ficción por un documental sumamente valiente de Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero: “Bajo Juarez, la ciudad devorando a sus hijas”, que se realiza en el marco de una investigación de cuatro años sobre los centenares de torturas, asesinatos y desapariciones de mujeres en Ciudad Juárez al norte de México, desde hace 12 años; destapando la olla de un guiso que tiene por ingredientes a las familias más acaudaladas de la zona, a funcionarios y políticos de nivel local y nacional y a la pobreza, que hace de Juárez un destino deseado por muchas mujeres para conseguir trabajo en las maquilas (fábricas de ensamblaje de piezas).
Así, después de este plato pesado y con una indigestión que se hacía nudo en la garganta me fui al último gran evento del festival: la entrega de premios.
Lo mejor de todo (además de que ganara “Maldeamores”) fue el cierre con la película de Carlos Saura: “Fados”, un musical no convencional que muestra una sucesión de artistas, de voces, que hacen poner la piel de gallina y aplaudir a los presentes después de cada interpretación de este estilo musical portugués, arrabalero, que cuenta, como el tango, los amores y desamores, tristezas y desilusiones de la vida.[5]


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Notas:
[1] Esta película fue premiada por el público como la mejor película del Festival.
[2] “Pablo Escobar, ángel o demonio” de Jorge Granier-Phelps de Colombia.
[3] Se que la lectura general que se ha hecho de esta película no es la que presento aquí, pero me parece de todos modos que el arte como cualquier producto tiene una capacidad de producir diferentes lecturas, sobre todo a partir del lugar desde el que una mira y comprende.
[4] Fuerzas Armadas de Liberación Nacional vinculadas al Partido Comunista para luchar contra el gobierno de Rómulo Betancourt.
[5] Para ver la lista de ganadores y completar la información con datos brindados por la organización del festival visitar http://www.festicinecartagena.org/



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domingo, 30 de marzo de 2008

El cine bailó enamorado del Caribe Colombiano


Por Daniel Daza, Grupo Hangar, Arte, Comunicación y Educación Popular”
experienciahangar@gmail.com

Una oportunidad única para ver muy buen cine latinoamericano se presentó de la mano del 48º Festival Internacional de Cine y T.V. de Cartagena. Un encuentro cinéfilo donde la crudeza de algunas películas competía no solo con otras obras cinematográficas sino también con la pobreza oculta detrás de las murallas de esta turística ciudad costeña. Aquí les contamos algunos de sus mejores films llenos de pasiones, risas y por supuesto muchos aplausos y pochoclos.


La Plaza de la Aduana, en Cartagena de Indias, donde hace muchos años los carruajes se estacionaban luego de largos viajes por el territorio Colombiano, fue el escenario donde se proyectaron las imágenes de “Radio Corazón”, una audaz y divertida película chilena, que inauguró el ciclo de “Cine bajo las estrellas”, dentro de la edición número 48 del Festival, que se realizó entre el 29 de febrero y el 7 de marzo de 2008.

“…Tengo tanto tiempo… ¿sabes a que me dedico?... a mirar; y ahora te miro y se que me estás ocultando algo…” le dice María Pilar (Amparo Noguera) a Valeria, su empleada doméstica, en una escena de este film que intenta justamente desocultar y mostrar la complejidad de las relaciones humanas en la sociedad chilena actual, marcada con el orden y el control, que la ultima dictadura militar les dejara como una pesada carga para sacudirse. Sentado en una silla de plástico, mezclado entre las y los espectadores, rodeado por una decena de hermosos balcones de madera que adornan las casas coloniales de esta plaza, observando la reacción del público, estaba el director y actor de la película, Roberto "Rumpy’’ Artiagoitía, quien también es el conductor de “El chacotero Sentimental”, el programa de radio que es recreado en este film. El “Rumpy” pudo ver como algunas personas se levantaron y se fueron de la plaza, luego de que en la pantalla se mostrara un beso apasionado entre dos mujeres, y también disfrutó con quienes se rieron a carcajadas y aplaudieron alguna ocurrencia de Darwin, un personaje simpático y gracioso que trabaja como enfermero y le da cuerpo a una de las tres historias que cuenta el film. Esta escena se repitió infinidad de veces en el Festival, cambiando de película, de director o directora y de público; pues hubo muchos films que invitaron a reirse, llorar, sufrir, aplaudir, gritar y sobre todo a pensar.
El cine contó en Cartagena con muchos lugares de exhibición de entrada libre y gratuita, eventos teóricos, homenajes al cine francés y sus maestros François Truffaut, Jacques Remy y Alain Corneau, ciclos de cine en los barrios, en la playa e innumerables actividades relacionadas con el mundo de cinematográfico. A la gran oferta de películas, cortometrajes, cine digital y cine arte se sumaron espectáculos musicales y de danza que acompañaban las proyecciones o se presentaban independientemente en el marco de la programación.
Como en toda fiesta, en un festival de cine uno también construye su propio recorrido, arma su propio rompecabezas, se hace su propia película, como el niño del film “Postales de Leningrado” de la venezolana Mariana Rondón. En nuestro caso, las vivencias se llenaron de las imágenes del cine latinoamericano y de lo que ocurría en las plazas y salas abiertas al pueblo cartagenero. En este sentido, resulta interesante compartir la opinión de Ángela Bueno, coordinadora del ciclo “Cine en los Barrios”, quien afirma que le gusta “este proyecto porque ha sentido mucha integración en la comunidad, que se refleja en la amabilidad, la disposición y la alegría con que las comunidades han programando las actividades y conseguido los equipos necesarios para exhibir las trescientas cincuenta y ocho proyecciones”. También contó que las escuelas trabajarán sobre los temas que las películas les acercan con “el objetivo de mostrarles a los estudiantes otras visiones del mundo diferentes a las realidades en que viven”.
Es que en Cartagena, la pobreza afecta a cerca del 75 por ciento de la población y la indigencia al 40 por ciento. Esta ciudad fundada en 1533 por el español Pedro de Heredia, fue un puerto al que España protegió del asedio de indígenas y piratas, rodeándola con murallas y fuertes, que luego fueron declarados, Patrimonio Nacional de Colombia en 1959 y Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1984,[[1]. Aquí el contraste entre su centro histórico y sus barrios es abismal. A pocos minutos de la hermosura colonial y la modernidad coqueta de Bocagrande, aparecen las calles de tierra que se inundan con las primeras gotas de lluvia, las casitas de madera construidas desafiando al sol del Caribe que castiga diariamente a los cuerpos morenos, la basura por doquier y las historias que la pobreza repite en cada lugar donde se instala como el precio que las mayorías deben pagar por la opulencia de unos pocos. Por eso resalta la propuesta del Festival para llevar las proyecciones a todo el territorio de Cartagena, para sacudir los ojos y abrir las mentes. Lamentablemente, la asistencia del público no fue tan masiva como se hubiera esperado. En la plaza de Gestsemaní, por ejemplo, se proyectaban todos los días desde las siete de la tarde, películas y cortometrajes de distintos lugares del mundo pero sobre todo de Latinoamérica. A media cuadra de esta plaza, en uno de las tantas pensiones de estudiantes, el televisor encendido se reía cada noche de la poca convocatoria de las proyecciones del Festival. Ninguno de los habitantes de esta casa, donde nos alojamos durante este evento, se sentó en las sillas del improvisado cine al aire libre, que los esperaba ansioso para contarles historias nuevas. Sin embargo, sí estuvieron presentes quienes todos los días se acercan a la plaza a fumar un cigarro, tomar una cerveza, a comer un rico “patacón con suero”, a jugar al ajedrez o simplemente a ver pasar la noche cartagenera. Ellos y ellas aplaudieron y se quedaron pensando al ver los cortos “Café com Leite”, del brasileño Daniel Riberio o “Soñadores” del colombiano Vlamyr Vizcaya y otros tantos films “bacanos” como le llaman aquí a las buenas cosas.
En la inauguración oficial del Festival fueron muchos los aplausos para la película “Los Actores del Conflicto”, del director colombiano Lisandro Duque Naranjo, que compitió por la estatuilla de la “La India Catalina”, junto con otras 18 películas. La cinta relata la historia de tres mimos callejeros que aceptan cuidar unas cajas que supuestamente contienen libros que les deja un señor adinerado de Bogotá, antes de partir a un viaje imprevisto hacia Europa por algunos meses. La película filmada en los pueblos “calientes” del interior de este castigado país, muestra con humor, pero también con una visión crítica de la situación, el miedo, la violencia, los sueños y contradicciones que atrapan a una buena parte del pueblo colombiano, en un escenario complejo habitado por paramilitares, guerrilla, narcotraficantes y personas que quieren paz y una vida más justa para todos y todas. Como era previsible, este film se llevó el premio del público, auspiciado por la empresa Cinecolor y también se alzó con el premio de la Organización Católica Internacional de Cine (OCIC) por su contribución a la pacificación y diálogo nacional.
En esta línea, películas como “La Zona” del director mexicano Rodrigo Plá, nos mostraron a tres jóvenes de un barrio pobre que devienen ladrones al entran a una lujosa casa del barrio cerrado "La Zona", en los alrededores de ciudad de México. El film presentó descarnadamente los juegos impunes que el poder del dinero realiza para establecer sus propias leyes en un marco donde la corrupción policial, las desigualdades extremas siempre amenazan con hacer más terrible la existencia de los pobres. Al terminar el Festival, esta película se llevó el premio a la mejor fotografía (Emiliano Villanuevo) y al mejor director. Por otro lado, en “Bajo Juarez, la ciudad devorando a sus hijas”, documental de los mexicanos Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero, que aunque lo mereció, no obtuvo ningún premio esta vez, cuenta las hipótesis de dos periodistas que involucran a empresarios, policías, jueces y el mismo presidente mexicano, en torno a los repetidos asesinatos contra mujeres de Ciudad Juárez en Chihuahua. Desde la mirada de una madre que pierde a su hija y la de una trabajadora recién llagada de Veracruz, se presentan las esperanzas y luchas que llevan adelante las mujeres de Juárez.

Así, en medio del armado y rearmado de nuestra grilla de películas para ver, con horarios que a veces no se respetaban, y con un Programa General que parecía hecho más para desorganizar el recorrido por las salas que para facilitarlo, logramos ver la controvertida obra “Tropa de Elite”, del brasileño José Padilha, que cuenta la cotidianeidad violenta del grupo de policías del BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales), donde la corrupción, la droga, la violencia y la muerte son la moneda común, llena de contradicciones para trabajadores sociales, estudiantes, policias y traficantes que transitan las favelas de Río de Janeiro. Para muchos esta película coloca a los policias como héroes, sin criticar sus métodos de tortura, su racismo y su “gatillo fácil”.
Entre esas idas y vueltas de sala en sala, comprendimos con tristeza que era imposible asistir a las proyecciones de los barrios más alejados de Cartagena y que por supuesto tampoco sus habitantes podían venir a ver los films que se daban en el centro de la ciudad. Esto ocurría, entre otras cosas, porque el bus es muy caro para una familia, el viaje desde un barrio hasta el centro tarda más de una hora, porque hubo poca difusión previa, o simplemente porque a los vecinos y vecinas no les interesaba ir a la ciudad amurallada, tal vez porque piensan que esa no es su ciudad, que ya casi no les pertenece, que les es extraña, tan hermosa, tan cosmopolita, tan diferente a sus barrios. Entre estos cachetazos de realidad, entramos con nuestras propias contradicciones a cuestas, al imponente Centro de Convenciones para ver “Maldeamores”, el film que representó a Puerto Rico en la lucha por los Oscar de la academia, de los directores Carlos Ruíz Ruiz y Mariem Pérez Riera, que obtuvo el premio a mejor película de este 48º Festival de Cine de Cartagena. En esta historia se cuentan los sentimientos de un hombre celoso, una mujer engañada por su marido, un niño con su primer beso, una apasionante y tierna historia de amor entre ancianos y otros tantos relatos amorosos vistos con los ojos del humor.
La noche de cierre del Festival tuvo como gran ganador del cine colombiano al director Andi Baiz con su película “Satanás”. En este drama la pasión, la violencia y los secretos se encuentran cuando sus tres personajes ponen a prueba sus sueños y temores. El film cuenta historias que se conectan entre sí para mostrar el efecto que las acciones de una persona pueden tener sobre la vida de otras. Al recibir el premio el director hizo una mención especial al resto de las películas colombianas con las que competía, destacando su calidad y contribución al desarrollo del nuevo cine en este país. Con un interesante juego de palabras a partir de los títulos de sus rivales (Entre Sábanas, Esto Huele Mal, Los Actores del Conflicto, La Ministra Inmoral, Los Últimos Malos Días de Guillermino, Buscando a Miguel, Muertos de Susto, y El Sueño del Paraíso) se refirió con alegría al desenlace positivo que tuvo la Cumbre de Río, donde los presidentes de la región discutían sobre el modo de arribar a una solución pacífica al conflicto que mantenían Colombia, Ecuador y Venezuela por el bombardeo del ejercito colombiano a un campamento de las FARCs en territorio Ecuatoriano. El aplauso para estas palabras fue emocionado y pareció un gran deshogo del público que sumergido en la dinámica del festival, poco había hablado del tema en los pasillos, como tratando de restarle importancia pero siguiendo de reojo las noticias esperando que prontamente se alejaran las nubes negras de la guerra, que algunos movimientos de tropas habían insinuado.
Para muchos el Festival de Cine de Cartagena es un show montado por las empresas auspiciantes para vender sus productos o bien para que la clase acomodada de la ciudad gane en prestigio y se beneficie con nuevos negocios culturales. Sin embargo, retomando la idea de la fiesta, el Festival de Cine es un valioso espacio para que los productores, actores y directores del cine hagan oír sus voces ocupando espacios estratégicos para contribuir a la transformación social con pensamientos inquietantes sobre la realidad.
Luego del cierre del Festival caminamos por una calle muy bien iluminada, frente a la famosa torre del reloj, entrada a la ciudad amurallada, con la música de la película “Fados” del español Carlos Saura dando vueltas, pensando en todas las películas que vimos, en los problemas comunes de nuestra Latinoamérica, en la pobreza, la desigualdad, la violencia y las luchas de los pueblos por sus derechos. El Festival de Cine mostró todo eso con películas como “Quién Mató a la Llamita Blanca” de Bolivia, “Matar a Todos” de Uruguay, “Postales de Leningrado” de Venezuela, “El Camino de San Diego” de Argentina, “Que Tan Lejos” de Ecuador o “El Año en que Mis Padres se Fueron de Vacaciones” de Brasil, entre otras tantas. Los pensamientos se arremolinan y se mezclan con los sentimientos mientras en el boulevard del Camellón de los Mártires un hombre vestido de blanco intenta vender inútilmente sus cuadros posmodernos a los automovilistas que ni siquiera lo miran. Cerca de allí un moreno, se enoja con dos europeos que lucen escarapelas de festival, porque no le compran nada, ni chicles, ni cigarrillos, ni papas fritas, pero sobre todo porque le da bronca que lo ignoren. Es que el cine hace pensar pero también protege, da seguridad porque los dramas ocurren allá lejos, en la pantalla. Esperamos que este 48 º Festival de Cine de Cartagena contribuya aunque sea un poco a que se haga realidad la frase que en el video del Ministerio de Cultura de Colombia, se repitió infinidad de veces antes de cada película: estás en “un lugar que nunca creyó en la palabra imposible… un lugar llamado Colombia”.


[1]En 1950, Cartagena tenía un tamaño similar a ciudades como Bucaramanga, Cúcuta y Pereira. En la actualidad tiene un tamaño igual a Pereira y Manizales juntas, sin embargo gran parte de su población (cerca del 70%) está por debajo de la línea de pobreza, lo que no compensa un desarrollo similar al que tienen urbes como Bucaramanga o Cúcuta, donde la distribución de la riqueza es más equitativa.








Según trabajos realizados en 1997 por la no gubernamental Corporación Viva la Ciudadanía y en 2005 por la Universidad del Sinú, la pobreza afectaba a 75 por ciento de los cartageneros y la indigencia a 40 por ciento. En: http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=40221