lunes, 31 de marzo de 2008

Días de Cine en Cartagena

“Por Gabriela Salamida, Grupo Hangar, Arte, Comunicación y Educación Popular”
experienciahangar@gmail.com

Acaba de finalizar la versión número 48 del Festival Internacional de Cine y T.V. de Cartagena con una propuesta más que interesante de películas, cortometrajes, cine digital y cine arte en el marco de una ciudad histórica llena de belleza y contradicciones, como nuestra Latinoamérica y su cine. Una mujer argentina estuvo allí, caminó, vio y sintió la Cartagena cinéfila y nos la cuenta desde su particular mirada.
Viernes
Estoy en Cartagena desde hace algunas semanas, pero esta es especial, la alegría me envuelve porque empieza el 48º Festival Internacional de Cine y Televisión. Veo por delante una sucesión de promesas fílmicas escritas en los programas de las distintas sedes que va a tener esta edición. Noto con satisfacción que están pensadas muchas funciones al aire libre en las plazas de la ciudadela vieja, en las playas y lo mejor, en los barrios (con 171 puntos) que viven una realidad muy distinta a la de la postal turística.
A las 8 de la noche me preparo, ya en la sala del Centro de Convenciones, para el comienzo oficial del Festival; la sorpresa es grata, una película colombiana de Lisandro Duque -“Los Actores del Conflicto”- me recibe con un raro cóctel de humor y reflexión sobre la vida en los pueblos “calientes” del país. El público la toma muy bien, se escuchan risas y comentarios por lo bajo en varios momentos de la proyección. El aplauso, al final, es de sincero agradecimiento por brindar una mirada sobre una realidad dolorosa desde el espacio que abre la sensibilidad del humor.[1]

Sábado
Voy porque tengo nostalgia del clima argentino. A la hora de la siesta se presenta la segunda película de Fito Páez (“¿De quien es el portaligas?”). Me gusta su música pero no soy fanática, así que voy a la presentación, no por él sino por Argentina. La película me pareció mala (una mujer al salir de la sala del Museo Naval comenta que como director es buen cantante). Pero una chalina al viento -que simula un teclado de piano-, en el cuello de una chica a la velocidad que la lleva su moto en la noche rosarina, fue lo suficientemente poética y juguetona como para que no lamentara haberla visto.
Salgo y después de unas horas, en cuanto anochece, camino con mi compañero unas cuadras hasta la Plaza de la Aduana en donde se va a realizar la inauguración del “Cine Bajo las Estrellas”. Nunca mejor puesto ese nombre para un cielo como el de Cartagena, siempre despejado y de un azul intenso, que a la tardecita comienza a hacerse noche. Me llama la atención ver una película chilena. Más allá de no haber visto mucho cine de ese país, las experiencias habían sido buenas con las películas de Patricio Guzmán (“La Batalla de Chile I y II” – 1975/6) y Andrés Wood (“Machuca” - 2004).
“Radio Corazón” de Roberto Artiagoitia, no es comparable, pero tampoco es mi idea hacerlo, ya que no me parece una buena forma de hablar sobre algo. La película es tragicómicamente interesante, sobre todo pensando en lo que una sabe del conservadurismo de la sociedad chilena, y acaso de la colombiana que ante el beso lesbiano de dos de sus protagonistas se escandaliza y abandona (ciertamente un numero no muy grande de espectadores) la sala al aire libre.
El film es una sucesión de tres historias alguna vez contadas en el programa radial “El Chacotero Sentimental” que el mismo director conduce y que brindan una mirada a la vida cotidiana más cercana a la telenovela latinoamericana pero mucho mejor “guionada” y realizada.

Domingo
Es imposible no tentarse en Colombia con un documental sobre Pablo Escobar[2], la sala llena, que contrasta con otras funciones, nos confirma que esto es una certeza, por lo menos si hablamos de personas que no viven en este país. Igualmente, por paradójico que parezca, el documental también sirvió para confirmar lo que algunas lecturas previas contaban: para muchos colombianos y colombianas (sobre todo en el barrio creado por él y que ahora lleva su nombre) es un ídolo, casi santo, por sus actos asistencialitas hacia las clases populares de Medellín (como el reparto de dinero en cualquier vereda a cualquiera que pasara por allí).

Lunes
Las ratas están dentro del horno de la cocina de la residencia que desde hace un mes me alberga en Cartagena. Vuelvo del Centro de Convenciones después de ver tres películas. Salgo al patio porque descubro que la rata (o ratón) está debajo de los anafes, que puestos sobre una tabla de madera suplantan las de la cocina-nido que las sostiene. Trato, ya en el patio, de concentrarme para poder escribir mientras mi compañero prepara al lado mío algo para comer.
El sentimiento es confuso, por un lado está el placer de poder ver cine hasta decir basta, y por el otro está este cine latinoamericano (de nuestra Latinoamérica) que como una luz oscura se empeña en despabilarnos de la dormidera (cualquiera sea).
Todavía tengo los ojos rojos de llorar en la última película: “Tropa de Elite” de José Padilha[3] (Brasil). En un marco de violencia y corrupción me quebró la escena de un adolescente torturado, en una favela, para convertirlo en “sapo” (como le dicen en Colombia a los delatores). La fragilidad, la vulnerabilidad de los que viven en la pobreza, la violencia y el tejido del narcotráfico, la verosimilitud del film, se conjugan en esa escena, en la cara de terror del pibe (del actor, de los que representa), para llegar casi al final de la película a un climax insoportable para mí (hoy). Es que mataron a Raúl Reyes, el número dos de las FARC. Y Ecuador, Colombia y Venezuela están en medio de un conflicto diplomático. Están también, todas las historias sobre la guerrilla, los paras, el ejército y el gobierno, que se arremolinan temerosas de oídos delatores que en múltiples charlas surgen con ganas de contarse y de que por algún exorcismo (que espero sea político) se terminen.
Están a su vez los relatos mexicanos sobre barrios cerrados que toman la “justicia” por mano propia, en “La Zona” (de Rodrigo Plá), tras los muros que no logran aislarlos de la realidad latinoamericana. Que aquí, en Cartagena, se dibuja con eventos de la más “alta sociedad” en el centro histórico, y con barrios que no puedo conocer porque no me es recomendado, que aunque no me guste, no puedo sacarme la pinta de turista de encima. Con una sobre población de vendedores ambulantes que de a poco (reflexión mediante) pasan de ser pintorescos a ser la puerta de entrada a la otra cara de Cartagena que tras las murallas de su hermoso centro histórico esconde el rostro del trabajo en condiciones de higiene inhumanas, como en el mercado de Bazurto (a sólo unas 20 cuadras), de la prostitución -incluida la infantil-, la de los vagabundos sin techo parados sobre el desquicio del abandono y de la nada más nada de la tristeza disfrazada de rumba a pesar de todo, de la religión que se convierte en la posibilidad de expresión menos amenazante y de las ganas irse de muchos, todo junto al amor por esta tierra diversa.
Martes
En un momento tuve un deja vu, me pareció que lo que estaba viendo ya lo había visto en algún momento…pero no, era nuevo, sí, quizás podría ser la continuación de la película de Kamchatka de Marcelo Piñeyro (2002)…”El año en que mis padres se fueron de vacaciones” de Cao Hamburger (Brasil), en su perfección y detalle no llegó a modificar mi día, ni a lo que podría saber sobre el tema de la dictadura en Brasil…fue como la película que le siguió, la española “Lo bueno de llorar” de Matías Bizé, fue como aquel médium que ni por muy bueno ni por muy malo hizo que el día pasara, como uno más, pero distinto: en Cartagena viendo cine.

Miércoles
Llego a las corridas al Centro de Convenciones, en el barrio Getsemaní, antes parte de la ciudad amurallada, “pero previsto para lo esclavos”. El rollo fílmico ya había dado sus primeras vueltas, igual me senté contenta a disfrutar de una propuesta que al principio me costó comprender por su no linealidad. “Postales de Leningrado” de Mariana Rondón (Venezuela) me acercó a la guerrilla venezolana de los 60 desde la mirada de una niña, Marcela, y de su primo, Teo, que cuentan desde su lógica (completando huecos de sentido con hipótesis enunciadas a partir de estrategias dibujadas con trazo de niños) la vivencia de sus padres guerrilleros (del FALN)[4], a los que ellos esperan que regresen a buscarlos. La sucesión de imágenes se ve poéticamente anudada por escenas de archivo de la época del conflicto, por ediciones de fotografías y animaciones que le dan un rasgo característico, particular, que me hacen pensar que es la mejor película vista hasta el momento. Dejando atrás, muy lejos a otra de las venezolanas en competencia, que sólo pude ver unos 30 minutos en el hermoso Teatro Heredia: “Miranda Regresa”, puesto que abdica de entrada a la idea de hacer un cine reflexivo para ser panfletario sin miramientos de los errores históricos, en principio, del lenguaje de época y sus ideas.
Este miércoles decidí quedarme por completo en el Centro de Convenciones. Sólo salí unos minutos a estirar las piernas a los pasillos y a tomar alguna de las bebidas de promoción que ofrecían por allá. Me interesaba sobre todo en esta ocasión tener un pantallazo del cine que se está produciendo en los distintos países latinoamericanos, así que a continuación me adentré a ver una película uruguaya.
Nuevamente el cine latinoamericano me pone de frente a las dictaduras del cono sur, en particular frente a los militares y científicos colaboradores del régimen exiliados, que se encuentran hoy en Uruguay bajo protección estatal.
Aunque la película no es una apuesta fuerte desde lo estético sí es un buen ejercicio de reflexión que propicia un nuevo espacio para el debate sobre un tema conflictivo que más allá de los años, tiene una actualidad enorme y una necesidad de hacerse visible, sobre todo por la impunidad que aun envuelve a muchos de sus participantes.
Luego, el clima político deja en apariencia la sala para pasar a la vida de la Juani, una adolescente que desde los suburbios de la clase media baja de España, trata de hacer efectivo el camino que la lleve a la fama y le permita cumplir todas esas promesas que el sistema vende en las vidrieras de la calle y la tele. En un ritmo y una estética que potencia el tema de la película Bigas Luna, logra una obra atractiva y reflexiva con una buena síntesis entre forma y contenido. Y así como lo anunciara su guionista Carmen Chávez Gastaldo antes de la proyección, me quedo esperando la segunda parte de “Yo soy la Juani”.

Jueves
La ciudad sigue su ritmo, más allá de que este evento lleva 48 años de trayectoria, no son muchos los que cambian su rutina para ver cine. Se podría decir que por los precios de las entradas, pero, también hay mucha oferta gratis al aire libre. Se me ocurre que quizás sea porque no hay mucha difusión hacia la propia Cartagena sobre las propuestas y opciones… Acaso la competencia holywodense y de la televisión son un gran obstáculo que ejercen una contra-fuerza en la generación de un público ávido de buen cine…Será tal vez el contexto cartagenero que desplaza el resto del año a la mayoría de sus habitantes de este tipo de eventos. Me queda la duda y la pregunta.
Temprano por la mañana camino, como lo vengo haciendo desde el lunes, hasta la Universidad de Cartagena (ubicada en el centro histórico) para asistir al “Seminario de Formación de Público”. Allí paso una buena cantidad de horas tratando de pensar y conocer cine, ya sea viéndolo o hablándolo. Esta oportunidad me permitió por ejemplo conocer parte de la realidad de los cine clubes colombianos, que han sido un motor importante de la nueva ley (814 del 2/7/2003 que por primera dicta normas para el fomento de este arte-industria) y que llevan adelante diversas acciones para la promoción, proyección y discusión del cine nacional e internacional en todo el país.
Mi rutina esta semana se armó casi exclusivamente alrededor de las propuestas del festival, así que después de las mañanas en la Universidad, sólo un pequeño descanso para almorzar me separaba del intenso recorrido fílmico.
Pasé por el Museo Naval para ver una película boliviana “Los Ángeles no creen en Dios”, pero no logró retenerme más de una hora en la butaca. Fue entonces que decidí volver al Centro de Convenciones para ver una película de Puerto Rico, cine del que no tenía mucho conocimiento. En este caso, una producción de Benicio del Toro que relata alternativamente historias de mal de amores, como el nombre de la película de Carlos Ruiz Ruiz y Mariem Pérez Riera lo indica. Una propuesta equilibrada de humor y sensibilidad pasional que desde la primera pequeña historia me llena de sorpresa y de sonrisas la cara. Una película sobre cotidianeidades del amor que me mete en la psicología de los personajes, de sus idas y vueltas, sus indecisiones o sus firmes propósitos.
Maldeamores, es un hermoso recorrido por el amor desde la infancia a la vejez, que contrasta mucho con la propuesta de la siguiente película. Por ser historias de violencia y amor, que una debe armar en su cabeza; ya que “El Cobrador” de Paul Leduc, es una propuesta derrideana que evidentemente no termina de ser sino en el entendimiento, o no, del espectador, y diría ahora, en las charlas posteriores que una pudiera tener sobre la misma. Pues los sentidos, dentro de una historia con muchos puntos de giro, se disparan en un marco de violencia, amor y derechos humanos que al momento choca pero se queda girando en la cabeza las siguientes horas, los siguientes días.

Viernes
Hoy es día de despedidas, aunque la mayor parte de las personas e historias que conocí estuvo en las pantallas, fue compartir en comunidad, pero construida por la igual experiencia de horas frente a la pantalla disfrutando, llorando, riendo, criticando…
En mis caminatas por los pasillos entre película y película, algunas conversaciones escuchadas al azar entre cineclubistas me adelantan que la muy premiada XXY de Lucía Puenzo (Argentina) está, muy a pesar mío, en las mentes de muchos y muchas como una buena película que se anima a tratar un tema controvertido, que en mi parecer oculta o desdibuja todas las debilidades del film.
A la tarde decidí cambiar la ficción por un documental sumamente valiente de Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero: “Bajo Juarez, la ciudad devorando a sus hijas”, que se realiza en el marco de una investigación de cuatro años sobre los centenares de torturas, asesinatos y desapariciones de mujeres en Ciudad Juárez al norte de México, desde hace 12 años; destapando la olla de un guiso que tiene por ingredientes a las familias más acaudaladas de la zona, a funcionarios y políticos de nivel local y nacional y a la pobreza, que hace de Juárez un destino deseado por muchas mujeres para conseguir trabajo en las maquilas (fábricas de ensamblaje de piezas).
Así, después de este plato pesado y con una indigestión que se hacía nudo en la garganta me fui al último gran evento del festival: la entrega de premios.
Lo mejor de todo (además de que ganara “Maldeamores”) fue el cierre con la película de Carlos Saura: “Fados”, un musical no convencional que muestra una sucesión de artistas, de voces, que hacen poner la piel de gallina y aplaudir a los presentes después de cada interpretación de este estilo musical portugués, arrabalero, que cuenta, como el tango, los amores y desamores, tristezas y desilusiones de la vida.[5]


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Notas:
[1] Esta película fue premiada por el público como la mejor película del Festival.
[2] “Pablo Escobar, ángel o demonio” de Jorge Granier-Phelps de Colombia.
[3] Se que la lectura general que se ha hecho de esta película no es la que presento aquí, pero me parece de todos modos que el arte como cualquier producto tiene una capacidad de producir diferentes lecturas, sobre todo a partir del lugar desde el que una mira y comprende.
[4] Fuerzas Armadas de Liberación Nacional vinculadas al Partido Comunista para luchar contra el gobierno de Rómulo Betancourt.
[5] Para ver la lista de ganadores y completar la información con datos brindados por la organización del festival visitar http://www.festicinecartagena.org/



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