domingo, 30 de marzo de 2008

El cine bailó enamorado del Caribe Colombiano


Por Daniel Daza, Grupo Hangar, Arte, Comunicación y Educación Popular”
experienciahangar@gmail.com

Una oportunidad única para ver muy buen cine latinoamericano se presentó de la mano del 48º Festival Internacional de Cine y T.V. de Cartagena. Un encuentro cinéfilo donde la crudeza de algunas películas competía no solo con otras obras cinematográficas sino también con la pobreza oculta detrás de las murallas de esta turística ciudad costeña. Aquí les contamos algunos de sus mejores films llenos de pasiones, risas y por supuesto muchos aplausos y pochoclos.


La Plaza de la Aduana, en Cartagena de Indias, donde hace muchos años los carruajes se estacionaban luego de largos viajes por el territorio Colombiano, fue el escenario donde se proyectaron las imágenes de “Radio Corazón”, una audaz y divertida película chilena, que inauguró el ciclo de “Cine bajo las estrellas”, dentro de la edición número 48 del Festival, que se realizó entre el 29 de febrero y el 7 de marzo de 2008.

“…Tengo tanto tiempo… ¿sabes a que me dedico?... a mirar; y ahora te miro y se que me estás ocultando algo…” le dice María Pilar (Amparo Noguera) a Valeria, su empleada doméstica, en una escena de este film que intenta justamente desocultar y mostrar la complejidad de las relaciones humanas en la sociedad chilena actual, marcada con el orden y el control, que la ultima dictadura militar les dejara como una pesada carga para sacudirse. Sentado en una silla de plástico, mezclado entre las y los espectadores, rodeado por una decena de hermosos balcones de madera que adornan las casas coloniales de esta plaza, observando la reacción del público, estaba el director y actor de la película, Roberto "Rumpy’’ Artiagoitía, quien también es el conductor de “El chacotero Sentimental”, el programa de radio que es recreado en este film. El “Rumpy” pudo ver como algunas personas se levantaron y se fueron de la plaza, luego de que en la pantalla se mostrara un beso apasionado entre dos mujeres, y también disfrutó con quienes se rieron a carcajadas y aplaudieron alguna ocurrencia de Darwin, un personaje simpático y gracioso que trabaja como enfermero y le da cuerpo a una de las tres historias que cuenta el film. Esta escena se repitió infinidad de veces en el Festival, cambiando de película, de director o directora y de público; pues hubo muchos films que invitaron a reirse, llorar, sufrir, aplaudir, gritar y sobre todo a pensar.
El cine contó en Cartagena con muchos lugares de exhibición de entrada libre y gratuita, eventos teóricos, homenajes al cine francés y sus maestros François Truffaut, Jacques Remy y Alain Corneau, ciclos de cine en los barrios, en la playa e innumerables actividades relacionadas con el mundo de cinematográfico. A la gran oferta de películas, cortometrajes, cine digital y cine arte se sumaron espectáculos musicales y de danza que acompañaban las proyecciones o se presentaban independientemente en el marco de la programación.
Como en toda fiesta, en un festival de cine uno también construye su propio recorrido, arma su propio rompecabezas, se hace su propia película, como el niño del film “Postales de Leningrado” de la venezolana Mariana Rondón. En nuestro caso, las vivencias se llenaron de las imágenes del cine latinoamericano y de lo que ocurría en las plazas y salas abiertas al pueblo cartagenero. En este sentido, resulta interesante compartir la opinión de Ángela Bueno, coordinadora del ciclo “Cine en los Barrios”, quien afirma que le gusta “este proyecto porque ha sentido mucha integración en la comunidad, que se refleja en la amabilidad, la disposición y la alegría con que las comunidades han programando las actividades y conseguido los equipos necesarios para exhibir las trescientas cincuenta y ocho proyecciones”. También contó que las escuelas trabajarán sobre los temas que las películas les acercan con “el objetivo de mostrarles a los estudiantes otras visiones del mundo diferentes a las realidades en que viven”.
Es que en Cartagena, la pobreza afecta a cerca del 75 por ciento de la población y la indigencia al 40 por ciento. Esta ciudad fundada en 1533 por el español Pedro de Heredia, fue un puerto al que España protegió del asedio de indígenas y piratas, rodeándola con murallas y fuertes, que luego fueron declarados, Patrimonio Nacional de Colombia en 1959 y Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1984,[[1]. Aquí el contraste entre su centro histórico y sus barrios es abismal. A pocos minutos de la hermosura colonial y la modernidad coqueta de Bocagrande, aparecen las calles de tierra que se inundan con las primeras gotas de lluvia, las casitas de madera construidas desafiando al sol del Caribe que castiga diariamente a los cuerpos morenos, la basura por doquier y las historias que la pobreza repite en cada lugar donde se instala como el precio que las mayorías deben pagar por la opulencia de unos pocos. Por eso resalta la propuesta del Festival para llevar las proyecciones a todo el territorio de Cartagena, para sacudir los ojos y abrir las mentes. Lamentablemente, la asistencia del público no fue tan masiva como se hubiera esperado. En la plaza de Gestsemaní, por ejemplo, se proyectaban todos los días desde las siete de la tarde, películas y cortometrajes de distintos lugares del mundo pero sobre todo de Latinoamérica. A media cuadra de esta plaza, en uno de las tantas pensiones de estudiantes, el televisor encendido se reía cada noche de la poca convocatoria de las proyecciones del Festival. Ninguno de los habitantes de esta casa, donde nos alojamos durante este evento, se sentó en las sillas del improvisado cine al aire libre, que los esperaba ansioso para contarles historias nuevas. Sin embargo, sí estuvieron presentes quienes todos los días se acercan a la plaza a fumar un cigarro, tomar una cerveza, a comer un rico “patacón con suero”, a jugar al ajedrez o simplemente a ver pasar la noche cartagenera. Ellos y ellas aplaudieron y se quedaron pensando al ver los cortos “Café com Leite”, del brasileño Daniel Riberio o “Soñadores” del colombiano Vlamyr Vizcaya y otros tantos films “bacanos” como le llaman aquí a las buenas cosas.
En la inauguración oficial del Festival fueron muchos los aplausos para la película “Los Actores del Conflicto”, del director colombiano Lisandro Duque Naranjo, que compitió por la estatuilla de la “La India Catalina”, junto con otras 18 películas. La cinta relata la historia de tres mimos callejeros que aceptan cuidar unas cajas que supuestamente contienen libros que les deja un señor adinerado de Bogotá, antes de partir a un viaje imprevisto hacia Europa por algunos meses. La película filmada en los pueblos “calientes” del interior de este castigado país, muestra con humor, pero también con una visión crítica de la situación, el miedo, la violencia, los sueños y contradicciones que atrapan a una buena parte del pueblo colombiano, en un escenario complejo habitado por paramilitares, guerrilla, narcotraficantes y personas que quieren paz y una vida más justa para todos y todas. Como era previsible, este film se llevó el premio del público, auspiciado por la empresa Cinecolor y también se alzó con el premio de la Organización Católica Internacional de Cine (OCIC) por su contribución a la pacificación y diálogo nacional.
En esta línea, películas como “La Zona” del director mexicano Rodrigo Plá, nos mostraron a tres jóvenes de un barrio pobre que devienen ladrones al entran a una lujosa casa del barrio cerrado "La Zona", en los alrededores de ciudad de México. El film presentó descarnadamente los juegos impunes que el poder del dinero realiza para establecer sus propias leyes en un marco donde la corrupción policial, las desigualdades extremas siempre amenazan con hacer más terrible la existencia de los pobres. Al terminar el Festival, esta película se llevó el premio a la mejor fotografía (Emiliano Villanuevo) y al mejor director. Por otro lado, en “Bajo Juarez, la ciudad devorando a sus hijas”, documental de los mexicanos Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero, que aunque lo mereció, no obtuvo ningún premio esta vez, cuenta las hipótesis de dos periodistas que involucran a empresarios, policías, jueces y el mismo presidente mexicano, en torno a los repetidos asesinatos contra mujeres de Ciudad Juárez en Chihuahua. Desde la mirada de una madre que pierde a su hija y la de una trabajadora recién llagada de Veracruz, se presentan las esperanzas y luchas que llevan adelante las mujeres de Juárez.

Así, en medio del armado y rearmado de nuestra grilla de películas para ver, con horarios que a veces no se respetaban, y con un Programa General que parecía hecho más para desorganizar el recorrido por las salas que para facilitarlo, logramos ver la controvertida obra “Tropa de Elite”, del brasileño José Padilha, que cuenta la cotidianeidad violenta del grupo de policías del BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales), donde la corrupción, la droga, la violencia y la muerte son la moneda común, llena de contradicciones para trabajadores sociales, estudiantes, policias y traficantes que transitan las favelas de Río de Janeiro. Para muchos esta película coloca a los policias como héroes, sin criticar sus métodos de tortura, su racismo y su “gatillo fácil”.
Entre esas idas y vueltas de sala en sala, comprendimos con tristeza que era imposible asistir a las proyecciones de los barrios más alejados de Cartagena y que por supuesto tampoco sus habitantes podían venir a ver los films que se daban en el centro de la ciudad. Esto ocurría, entre otras cosas, porque el bus es muy caro para una familia, el viaje desde un barrio hasta el centro tarda más de una hora, porque hubo poca difusión previa, o simplemente porque a los vecinos y vecinas no les interesaba ir a la ciudad amurallada, tal vez porque piensan que esa no es su ciudad, que ya casi no les pertenece, que les es extraña, tan hermosa, tan cosmopolita, tan diferente a sus barrios. Entre estos cachetazos de realidad, entramos con nuestras propias contradicciones a cuestas, al imponente Centro de Convenciones para ver “Maldeamores”, el film que representó a Puerto Rico en la lucha por los Oscar de la academia, de los directores Carlos Ruíz Ruiz y Mariem Pérez Riera, que obtuvo el premio a mejor película de este 48º Festival de Cine de Cartagena. En esta historia se cuentan los sentimientos de un hombre celoso, una mujer engañada por su marido, un niño con su primer beso, una apasionante y tierna historia de amor entre ancianos y otros tantos relatos amorosos vistos con los ojos del humor.
La noche de cierre del Festival tuvo como gran ganador del cine colombiano al director Andi Baiz con su película “Satanás”. En este drama la pasión, la violencia y los secretos se encuentran cuando sus tres personajes ponen a prueba sus sueños y temores. El film cuenta historias que se conectan entre sí para mostrar el efecto que las acciones de una persona pueden tener sobre la vida de otras. Al recibir el premio el director hizo una mención especial al resto de las películas colombianas con las que competía, destacando su calidad y contribución al desarrollo del nuevo cine en este país. Con un interesante juego de palabras a partir de los títulos de sus rivales (Entre Sábanas, Esto Huele Mal, Los Actores del Conflicto, La Ministra Inmoral, Los Últimos Malos Días de Guillermino, Buscando a Miguel, Muertos de Susto, y El Sueño del Paraíso) se refirió con alegría al desenlace positivo que tuvo la Cumbre de Río, donde los presidentes de la región discutían sobre el modo de arribar a una solución pacífica al conflicto que mantenían Colombia, Ecuador y Venezuela por el bombardeo del ejercito colombiano a un campamento de las FARCs en territorio Ecuatoriano. El aplauso para estas palabras fue emocionado y pareció un gran deshogo del público que sumergido en la dinámica del festival, poco había hablado del tema en los pasillos, como tratando de restarle importancia pero siguiendo de reojo las noticias esperando que prontamente se alejaran las nubes negras de la guerra, que algunos movimientos de tropas habían insinuado.
Para muchos el Festival de Cine de Cartagena es un show montado por las empresas auspiciantes para vender sus productos o bien para que la clase acomodada de la ciudad gane en prestigio y se beneficie con nuevos negocios culturales. Sin embargo, retomando la idea de la fiesta, el Festival de Cine es un valioso espacio para que los productores, actores y directores del cine hagan oír sus voces ocupando espacios estratégicos para contribuir a la transformación social con pensamientos inquietantes sobre la realidad.
Luego del cierre del Festival caminamos por una calle muy bien iluminada, frente a la famosa torre del reloj, entrada a la ciudad amurallada, con la música de la película “Fados” del español Carlos Saura dando vueltas, pensando en todas las películas que vimos, en los problemas comunes de nuestra Latinoamérica, en la pobreza, la desigualdad, la violencia y las luchas de los pueblos por sus derechos. El Festival de Cine mostró todo eso con películas como “Quién Mató a la Llamita Blanca” de Bolivia, “Matar a Todos” de Uruguay, “Postales de Leningrado” de Venezuela, “El Camino de San Diego” de Argentina, “Que Tan Lejos” de Ecuador o “El Año en que Mis Padres se Fueron de Vacaciones” de Brasil, entre otras tantas. Los pensamientos se arremolinan y se mezclan con los sentimientos mientras en el boulevard del Camellón de los Mártires un hombre vestido de blanco intenta vender inútilmente sus cuadros posmodernos a los automovilistas que ni siquiera lo miran. Cerca de allí un moreno, se enoja con dos europeos que lucen escarapelas de festival, porque no le compran nada, ni chicles, ni cigarrillos, ni papas fritas, pero sobre todo porque le da bronca que lo ignoren. Es que el cine hace pensar pero también protege, da seguridad porque los dramas ocurren allá lejos, en la pantalla. Esperamos que este 48 º Festival de Cine de Cartagena contribuya aunque sea un poco a que se haga realidad la frase que en el video del Ministerio de Cultura de Colombia, se repitió infinidad de veces antes de cada película: estás en “un lugar que nunca creyó en la palabra imposible… un lugar llamado Colombia”.


[1]En 1950, Cartagena tenía un tamaño similar a ciudades como Bucaramanga, Cúcuta y Pereira. En la actualidad tiene un tamaño igual a Pereira y Manizales juntas, sin embargo gran parte de su población (cerca del 70%) está por debajo de la línea de pobreza, lo que no compensa un desarrollo similar al que tienen urbes como Bucaramanga o Cúcuta, donde la distribución de la riqueza es más equitativa.








Según trabajos realizados en 1997 por la no gubernamental Corporación Viva la Ciudadanía y en 2005 por la Universidad del Sinú, la pobreza afectaba a 75 por ciento de los cartageneros y la indigencia a 40 por ciento. En: http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=40221